
Tony Manero era el protagonista de la película Fiebre de sábado por la noche, que con música de los Bee Gees arrasó en las taquillas de fines de los años 70. Este personaje, interpretado en el filme de John Avildsen por John Travolta, era el empleado anodino de una fábrica que, sin embargo, se transformaba en el rey de las pístas de baile los sábados por la noche, momento en el cual adquiría su verdadera identidad. La fascinación de este personaje logró cautivar a muchos que siguieron su ejemplo y sus movimientos haciendo de la "onda disco" y de las noches de sábado el auténtico sentido de la vida.
Gran parte de esto aparece retratado en la película Tony Manero realizada por Pablo Larraín. Hay que decir, de partida, que Larraín da aquí un salto considerable frente a los ripos de Fuga, su anterior obra, que pecaba de un relato débil y un tratamiento mortífero que diluía los principales objetivos en relación a la creación artística (el protagonista de Fuga es un músico). En esta nueva incursión, Larraín se ve sólido al enfrentar el tema del fetichismo psicópata del personaje, que se enajena en el Tony Manero de Travolta y absorbe y vive cada una de sus acciones.
Por ello Raúl Peralta en verdad no existe. El personaje que construye Alfredo Castro es un psicópata obsesionado con el héroe de las discotecas que en la enferma sociedad chilena de fines de los años 70 es su héroe natural. Peralta/Manero no tendrá límites para alcanzar su objetivo y va al cine una y otra vez a impregnarse de los trazos de su ícono, aprendiendo los diálogos, los movimientos, las acciones. Y empapado asimismo en el contexto demencial de la época (desaparecidos, torturas) nada lo detendrá en aras a alcanzar su objetivo.
Obra fuerte y directa, Tony Manero no da tregua. A la perfecta ambientación de epoca y al recordatorio de programas como El show de la una, este filme tiene momentos perturbadores e inquietantes de gran inspiración, con agudas observaciones sociales que calan hondo en el alma humana.