viernes, 10 de octubre de 2008

Tony Manero, el psicópata fetichista


Tony Manero era el protagonista de la película Fiebre de sábado por la noche, que con música de los Bee Gees arrasó en las taquillas de fines de los años 70. Este personaje, interpretado en el filme de John Avildsen por John Travolta, era el empleado anodino de una fábrica que, sin embargo, se transformaba en el rey de las pístas de baile los sábados por la noche, momento en el cual adquiría su verdadera identidad. La fascinación de este personaje logró cautivar a muchos que siguieron su ejemplo y sus movimientos haciendo de la "onda disco" y de las noches de sábado el auténtico sentido de la vida.

Gran parte de esto aparece retratado en la película Tony Manero realizada por Pablo Larraín. Hay que decir, de partida, que Larraín da aquí un salto considerable frente a los ripos de Fuga, su anterior obra, que pecaba de un relato débil y un tratamiento mortífero que diluía los principales objetivos en relación a la creación artística (el protagonista de Fuga es un músico). En esta nueva incursión, Larraín se ve sólido al enfrentar el tema del fetichismo psicópata del personaje, que se enajena en el Tony Manero de Travolta y absorbe y vive cada una de sus acciones.

Por ello Raúl Peralta en verdad no existe. El personaje que construye Alfredo Castro es un psicópata obsesionado con el héroe de las discotecas que en la enferma sociedad chilena de fines de los años 70 es su héroe natural. Peralta/Manero no tendrá límites para alcanzar su objetivo y va al cine una y otra vez a impregnarse de los trazos de su ícono, aprendiendo los diálogos, los movimientos, las acciones. Y empapado asimismo en el contexto demencial de la época (desaparecidos, torturas) nada lo detendrá en aras a alcanzar su objetivo.

Obra fuerte y directa, Tony Manero no da tregua. A la perfecta ambientación de epoca y al recordatorio de programas como El show de la una, este filme tiene momentos perturbadores e inquietantes de gran inspiración, con agudas observaciones sociales que calan hondo en el alma humana.

viernes, 3 de octubre de 2008

Wall Street, de Oliver Stone (1987)


Esta película es una de las muestras más descarnadas de nuestra histora reciente. Si Oliver Stone con Pelotón dio cuenta del genocidio y la masacre vietnamita, con Wall Street muestra el mundo que se cocinaba en el corazón de las Twin Towers y bajo las narices del imperio financiero que veinte años más tarde terminaría por reventar esparciendo sus esquirlas a todo el planeta.

La decadencia del imperio estadounidense no pasa por el desplome de las Twin Towers (en este filme tenemos siete planos memorables de las torres gemelas), ni por la caída del Muro de Berlín... Como muestra Stone, el germen de la putrefacción venía incubándose de mucho antes. La caída del muro y de las Twin Towers solo aceleraron la debacle de la hegemonía estadounidense.

El relato que nos muestra Stone es sangriento, aunque no haya sangre. Los personajes están insatisfechos, enfermos, estressados, con deudas, cuentas pendientes y su única razón de ser es la esperanza de que el próximo negocio arroje suculentas ganancias. Los mueve la ambición y el egoísmo, la busqueda del dinero fácil, vía trampas, desmesura, uso de información privilegiada, chantajes... todo aquello que Mandeville o Smith intentaron demostrar y sobre lo cual construyeron sus dogmas.

Bud Fox, el protagonista, es uno de estos seres. Vive de prestado y su sueño es conocer a Gordon Gekko, suerte de gurú financiero que en pocos años ha amasado una enorme fortuna. La filosofía de Gekko se resume en las enseñanzas de El arte de le guerra de Sun Tsu y la agresividad y prepotencia en los negocios: levanta o envía a la quiebra a empresas por el mero recurso del spread, o diferencial de ganancia. Bud Fox no sabe que será una víctima más de los tentáculos de Gekko y que caer en esas redes puede ser mortal.

El filme posee una dinámica implacable y la música de Stewart Copeland (ex The Police) aporta las pinceladas precisas a ese oscilar entre el delirio y la frustración. Algunas memorables perlas de la banda sonora: Frank Sinatra cantando Flying to The Moon, en los créditos iniciales, y Brian Eno y David Byrne con Americam is Waiting, dos de los temas centrales que dan intensidad a este filme-radiografía sobre la génesis de la codicia, la ambición y la cultura del saqueo moderno. Imperdible.

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