domingo, 2 de marzo de 2025

Gene Hackman, estrella de todas sus escenas


Peter Bradshaw, Sin Permiso

Al final de la película, nuestro punto de vista se desplaza lenta e implacablemente, hacia delante y hacia atrás, como una cámara de seguridad, a lo largo del apartamento destrozado. Lo han destripado tablón a tablón en un intento fallido de encontrar el dispositivo de escucha que espía al tipo que vive allí. En cada barrido se ve al hombre en una esquina, tocando el saxo. Fatalista, pero no exactamente desesperado; realista pero no precisamente desilusionado, el artesano que es en el fondo un artista, despreocupado, magnífico. La interpretación de Gene Hackman en el papel de Harry Caul, experto en vigilancia electrónica, en The Conversation [La conversación] (1974), el drama conspirativo paranoico de Francis Coppola, representó una joya en su carrera. Caul es un espía profesional que se obsesiona con una conversación que graba para un misterioso cliente y que, para horror suyo, revela el complot de un asesinato, desvelando sus propias agonías privadas de culpa y soledad. La película gira en torno a unas variantes de entonación y distancia que Harry no comprende hasta que es demasiado tarde.

La muerte de Gene Hackman marca el final de uno de los grandes periodos del cine de los Estados Unidos: la nueva ola norteamericana. Desde que Warren Beatty le dio su gran oportunidad con el papel de Buck Barrow en Bonnie and Clyde (1967), de Arthur Penn, Hackman se convirtió en el actor de referencia de esa época. Representaba al actor de carácter que era realmente una estrella; de hecho, era la estrella de todas las escenas en las que aparecía: ese rostro duro, sensato, inteligente pero poco agraciado, siempre al borde de la burla fría y despreocupada, o con una sonrisa desgarradoramente paternal y dolorida. No era guapísimo como Redford, ni peligrosamente sexy como Nicholson, ni siquiera pícaro como Hoffman; Hackman era normal, pero su normalidad estaba sobrecargada de esteroides. Su pelo era el de su edad: encrespado, con evidentes signos de calvicie masculina. Entre las estrellas ya no se ven cortes de pelo así.

Imprescindible en el papel de Jimmy “Popeye” Doyle, el policía temerario y racista de The French Connection (1971) y su secuela, de William Friedkin; magistral como el reverendo Scott en el clásico de Ronald Neame, The Poseidon Adventure [La aventura del Poseidón] (1972); soberbio como exconvicto en esa obra maestra beckettiana, Scarecrow [Espantapájaros] (1973), de Jerry Schatzberg; y quizás el más imprescindible como el cansado y desconcertado detective privado en Night Moves [La noche se mueve] (1975), de Penn. Posteriormente, encarnó con ingenio a Lex Luthor en las películas de Superman protagonizadas por Christopher Reeve, y luego a Jack McCann, el misterioso plutócrata y multimillonario hecho a sí mismo, en Eureka (1983), de Nicolas Roeg, cuya interpretación le sirvió seguramente de inspiración a Daniel Day-Lewis en There Will Be Blood [Pozos de ambición] (2007).

La carrera de Hackman contiene tanto oro que resulta casi imposible extraerlo, pero también está el agente del FBI Anderson en Mississippi Burning [Arde Mississippi] (1988), de Alan Parker; el director de cine gruñón de cine Lowell Kolchek en Postcards from the Edge [Postales desde el filo] (1990), de Mike Nichols; y el alguacil Bill Daggett en Unforgiven [Sin perdón] (1992), el western de Clint Eastwood, por no mencionar el sonriente y misterioso abogado veterano frente al novato con cara de luna de Tom Cruise en The Firm [La tapadera] (1993).

Luego está su última obra maestra cómica, y quizá su obra maestra absoluta: Royal Tenenbaum en The Royal Tenenbaums [Los Tenenbaum. Una familia de genios] (2001), de Wes Anderson, el abogado inhabilitado y sin dinero que finge un cáncer de estómago para poder volver a vivir con su ex mujer (una Anjelica Huston igualmente brillante) y sus hijos adultos, tres niños prodigio excéntricos y damnificados, interpretados por Ben Stiller, Gwyneth Paltrow y Luke Wilson.

Lo extraordinario de estas interpretaciones es que la edad de Hackman no parece cambiar nunca: siempre luce enjuto, duro y en algún punto de sus 40 o 50 años. El Hackman de “Royal Tenenbaum” podría encarnar fácilmente al Hackman de “Popeye Doyle”.

En su interpretación del policía duro de pelar en The French Connection -por la que ganó el Oscar al mejor actor-, Hackman tiene muchas escenas imprescindibles en las que no hace otra cosa que pasearse vigilante por la ciudad: la Nueva York del celuloide de los 70, que fue sonorizada en la película para que escucháramos el ulular y la agitación ambientales, distantes, de las bocinas de los coches. Hackman es capaz de interpretar tanto la parte inexpresiva de la vida cotidiana como la de la acción: la irrupción racista en el bar negro, los golpes a los sospechosos, las denuncias airadas y despectivas, y el trasfondo de tristeza. Fue una actuación que sentó las bases para todas las demás que realizó posteriormente.

Muy diferente estaba en el papel de Harry Moseby en Night Moves. Moseby es un detective privado, con un gran bigote años 70 que exagera la caída de la boca, al que se le encomienda esa tarea de larga tradición de seguir la pista de una hija adolescente que se ha fugado, al tiempo que espía a la esposa, pero que se tropieza con un complicado lío, o maraña de líos, que nunca llega a resolver del todo. La película le proporcionó una de sus mejores frases. Cuando rechaza la posibilidad de ver Ma Nuit Chez Maud [Mi noche con Maud], de Eric Rohmer, declara: “Vi una vez una película de Rohmer. Era como ver secarse la pintura”. La frase de la risa cinéfila la pronuncia con una pericia como de pasada.

Igual de buena es su interpretación en la infravalorada Eureka, de Roeg, un misterio metafísico basado en un crimen real, que le ofrece a Hackman uno de los mejores papeles de su carrera: un rico prospector que se hace rico y se retira a las Bahamas, mientras teme que su hija (Theresa Russell) y un par de rapaces inversores mafiosos de Miami (Joe Pesci y Mickey Rourke) le arrebaten su riqueza. Una vez más, Hackman da en el clavo con su divertido desafío, sin miedo y despreocupado por todo excepto por los extraños demonios que hay dentro de su propia cabeza.

Al fin y a la postre, sigo volviendo a su interpretación en The Royal Tenenbaums, que se basa en su reputación de hombre potente y sin complejos, pero que no se limita a satirizar o ridiculizar su anterior carrera. Su raído traje de raya diplomática, su cigarrillo en la boquilla, sus gafas, su indomable sonrisa e incluso su pelo demasiado largo son absolutamente perfectos, al igual que el momento en que finalmente tiene que tragarse su orgullo y aceptar un trabajo en el hotel Lindbergh Palace, y ponerse el uniforme y la gorra, de apariencia barata, pero extrañamente bien confeccionados. Sus diálogos son perfectos, sobre todo cuando les habla de su madre a sus desconcertados nietos, de su nuera, que ha muerto en un accidente de aviación: “Vuestra madre era una mujer terriblemente atractiva”.

No tiene sentido calificar a Hackman de discreto cuando su presencia era tan potente; en cierto modo transmitía la fuerza de un atleta retirado convertido en presentador deportivo o, para el caso, de un entrenador de baloncesto de instituto como el que interpretó en Hoosiers (1986). A lo largo de cuatro décadas, las interpretaciones de Gene Hackman dieron forma y textura al cine norteamericano.


No hay comentarios:

ShareThis