Diva marcó el debut en el cine del realizador francés Jean Jacques Beineix en 1981 y se convirtió en una película de culto cuya fama fue creciendo a medida que recibía premios en festivales e iba siendo aceptada por la crítica. Visualmente tiene momentos memorables. Y la envolvente selección musical aporta los elementos que le dan una magnífica y deslumbrante belleza.
La trama gira en torno a la confusión que se produce cuando por error cambian de manos dos grabaciones de audio. La grabación pirata, clandestina e inocente que hace un joven cartero de un concierto de ópera (por una cantante que se niega a dejar registrada su voz y sólo gusta de los recitales en vivo); y la grabación que envuelve a un poderoso político en los avatares de la mafia. La trama recuerda el caso Watergate y también La Conversación de Coppola, tomando elementos de gran suspenso y persecuciones en el Metro parisino al estilo de Contacto en Francia.
Beineix consigue momntos de gran belleza visual y un recorrido por Paris junto a la música de Eric Satie en la cual el joven cartero declara su amor a la cantante lírica interpretada por Wilhelmenia Wiggins Fernandez.
Las búsquedas paralelas de ambas cintas de audio permiten desplegar certeros artilugios narrativos con una persecución que no da tregua, pues a la policial se agrega la de una empresa discográfica asiática que busca tener la grabación de la cantante.
Esta película dio inicio a una renovación generacional en el cine francés de los años 80, donde sus principales cultores junto a Beinex fueron Luc Besson y Leos Carax. Además, Beinex dio inicio al cine negro con luces de neón, que después seguiría Ridley Scott con Blade Runner.
Diva es una película cautivadora, una de las obras mágicas de principios de los 80 que se recuerdan con placer por su barroquismo y delicioso cuidado estético.
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