sábado, 16 de agosto de 2008

Batman, y el lado oscuro del Imperio


Christopher Nolan es uno de los más singulares directores del cine actual. Sus películas apuntan a la psiquis, a las conciencias escindidas y atormentadas, a la locura intrínseca de ese terror contemporáneo que nos invade de pies a cabeza. Además, es un cineasta de una narrativa al límite. Memento, es un relato a la inversa, sobre un personaje sin memoria que se hace tatuajes con sus escasos recuerdos y toma fotos para intentar –cuadro a cuadro- recuperar su pasado y captar el esquivo presente. Insomnia, muestra a un policía que no puede dormir acosado por sus culpas y la misión en Alaska –en el período de las noches claras- le entrega el descanso final de la muerte cuando reconcilia su pasado. El gran truco estaba marcada por la obsesión de un mago por la invisibilidad, siguiendo los extremos y desbordes de Houdini.

En su precuela sobre Batman -Batman inicia- Nolan se alejó de los entramados góticos de Tim Burton para introducir la variante del terrorismo como un comodín en la acción politica. Sus resonancias a Al Qaeda y Bin Laden eran lo suficientemente explícitas para establecer la conexión ideológica post 11-S con el eje del mal, a través de ese ejército de ninjas liderado por Ra’s Al Ghul, que busca borrar del mapa a Ciudad Gótica. También desentrañó los misterios de la alta tecnología que usa el personaje: Bruce Wayne, el hombre tras el disfraz, es un poderoso empresario y una de sus vertientes productivas es la industria militar. De ahí el batimóvil, la baticapa, el sofisticado armamento. En aquella, la ciudad era víctima de la acción terrorista de unos villanos que quieren envenenar el aire y el agua con un poderoso alucinógeno (ántrax?). Las referencias a la paranoia de los terrores contemporáneos es contundente.

El caballero de la noche sigue ese trato ahora en dosis mayores, plagada de un diálogo donde lo político, la hipocresía, la burda intención, resuenan en diálogos y acciones calcados de los líderes de la potencias mundiales. De ahí que sea una película altamente política, oscura, nada complaciente, donde el villano más siniestro –el Joker, interpretado por Heath Ledger en la mejor actuación de su corta carrera- representa la locura e insanía de un mundo que se ha tornado cada vez más despiadado en virtud de las trampas ideológicas a las que no está ausente el mismísimo Wayne con su industria militar, los tratos con la mafia internacional y los fraudes financieros.

Es aquí donde la acción del Joker se apodera del eje narrativo tal como el personaje que interpretó Jack Nicholson en el primer Batman de Tim Burton encausaba la acción. Este Joker es la autoconciencia del sistema: quema una montaña de dólares simplemente para provocar más terror. Es la encarnación del virus mortal de la sociedad norteamericana: aquel que ha hecho vaciar ametralladoras contra los propios compañeros de colegio; aquel que asesina a los pasajeros en el Metro o en un Mall. Frente a este Joker, la estructura pragmática de Batman nada puede hacer. Y es sorprendente el momento en que Batman debe salir huyendo de Ciudad Gótica para que no lo capturen a él como el principal asesino. Con una mirada crítica y lúcida sobre la sociedad actual, Christopher Nolan se despacha el mejor de los Batman.

1 comentario:

jose luis dijo...

sin duda que es esta la mejor entrega de los batman en cine, creo que memento esta un tanto sobrevalorada, de lo visto a nolan hasta hoy me quedo con insomnia, ledger fue un buen actor, pero no un genio, se le esta sobrevalorando mediaticamente para ver si le sacan un oscar postumo que lleve mas publicidad a batman, casi como un segundo aire para el proximo año, el tipo era bueno, pero no era dean.

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