sábado, 23 de febrero de 2008

CON LA MUERTE EN LOS TALONES

Realizada entre Vértigo (1958) y Psicosis (1960), dos de sus obras maestras, North by Northwest (1959), es un divertimento hitchcockiano en plena Guerra Fría con el telón de fondo de las Naciones Unidas y la tensión de espías yanquis y rusos tras poderosos y potenciales secretos de Estado. Aquí, el maestro se juega sus temas favoritos del hombre equivocado y el falso culpable en un relato que no da ni un segundo de tregua.

Mientras se toma un café con unos clientes en un hotel, un publicista (Cary Grant) es confundido por un agente del contraespionaje y es primero secuestrado y luego emborrachado para, tras su huída, ser perseguido por todos los Estados Unidos en una cacería interminable. La historia tiene un ritmo vertiginoso y está llena de las claves estéticas de corte y montaje que impuso el gran maestro y que después servirían para dar vida a toda la serie de películas de James Bond o los casos de Bourne, entre miles de otras.

Y pese a estar próxima a cumplir su medio siglo, Intriga Internacional o Con la muerte en los talones, es una película que se mantiene plenamente viva merced a sus saludables toques de humor y tensión dramática, y a las metáforas sexuales en la relación que el protagonista establece con la bella del relato (Eve Marie Saint). Inolvidable es la elipsis en que la jala al borde del abismo del Rushmore para terminar acomodándola en la cama del tren mientras éste inicia el acceso a un túnel.

La confusión de identidades que sirve como motor de esta historia en la que abundan personajes peligrosos (interpretados por James Mason y Martin Landau) establece los elementos de acoso en el cual el protagonista se ve paulatinamente atrapado en una zona de ardiente pesadilla, al borde de la muerte.

Varias escenas de este filme, como la persecución con la avioneta o la escapada por el monte Rushmore constituyen parte de los grandes legados de Hitchcock y son la matriz desde la cual se ha levantado el cine de acción moderno. El guión (Ernest Lehman), la música (Bernard Herrmann), y el montaje (George Tomasini) impulsan un relato de ritmo frenético y delirante que no da tregua. Auténtico suspenso a lo Hitchcock.




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