martes, 29 de enero de 2008

EL AÑO QUE VIVIMOS EN PELIGRO

La muerte de Suharto me trae a la memoria una de las grandes películas de Peter Weir antes de su paso por Hollywood. Reconociendo que la gran obra maestra de Weir es La última ola, filmada en Australia, su país de origen, El año que vivimos en peligro (The Year of Living Dangerously, 1982, protagonizada Mel Gibson, Sigourney Weaber y Linda Hunt) es una de sus obras importantes.
En este filme Mel Gibson interpreta a Guy Hamilton, un periodista joven, ambicioso e ingenuo que ha ido a cubrir los últimos días del gobierno de Sukarno, en Jakarta, Indonesia. La acción transcurre en 1966 en los días previos al golpe militar de extrema derecha financiado por la CIA que derriba al izquierdista Sukarno, para instalar al presidente títere de Suharto. La frase que da título al filme y a la novela de C.J. Kock en que se basa, está tomada del famoso discurso pronunciado por Sukarno el 17 de agosto de 1964 (día de la independencia) y que se llamó “el año en que vivir será un peligro” pues Sukarno sabía lo que le esperaba al estar alineado contra del Imperio. Y no se equivocó: a partir de su caída el nuevo Khmer Rouge, recientemente enterrado con honores de la Casa Blanca, se inició una masacre hacia los simpatizantes comunistas que dejó más de un millón de indonesias e indonesios muertos. Eran los años de la Guerra Fría y los EE.UU. barrían con todo aquello que amenazara el idealismo capitalista.

Realizado en la misma época en que Richard Attenborough filma Gandhi y Costa Gavras Missing, este filme da cuenta de las siniestras maquinaciones de la CIA para derrocar a un régimen que no es del agrado de los EE.UU. La miseria, el hambre y la lucha política van más allá de la comprensión elemental del joven periodista que busca la gloria como corresponsal de guerra en momentos donde la prensa jugaba un rol ambigüo frente a los derechos humanos y el genocidio.
En uno de los momentos del filme, el pequeño fotógrafo que acompaña a Hamilton en sus reportajes y a quien el periodista carga sobre sus hombros para obtener mejores imágenes, Billy Kwan (interpretado por Linda Hunt en un rol que le valió el Oscar) pronuncia la frase de Lenin ¿Qué debemos hacer?.
Kwan acerca a Hamilton al mundo del teatro de sombras javanés, en el cual se presentan obras de teatro con marionetas muy bellas e iluminadas pero que deben ser ignoradas pues lo que interesa son las sombra que se proyectan en la pared. En ese momento Kwan da vuelta la parábola platónica para declarar que todo lo que se muestra como real (gobierno, prensa, mundo) y que se ve como real, es falso, porque la verdad está en las sombras.
Kwan conecta a Hamilton con la bella diplomática de la embajada británica (Sigourney Weaber) quien le provee de información confidencial que resquebrajan su mundo idílico del periodista, comenzando a descubrir la realidad que se oculta tras el aparente juego político benefactor donde las superpotencias tienen la última palabra. El joven reportero, enfrentado a la disyuntiva de ser fiel a su labor periodística y arriesgar la vida en su empeño, o tomar el primer avión, mientras se pueda, con la bella diplomática, vive su propio dilema.

Con una expresiva banda sonora de Maurice Jarre, que también recuerda la sensible banda sonora de Vangelis para Missing, esta es, quizá, una de las primeras películas que abordan la realidad macabra de los golpes de estado a los ojos de la prensa. Oliver Stone realizaría más tarde Salvador, y Michael Caine protagonizaría El americano impasible sobre la novela de Graham Greene.

Marco Antonio Moreno

viernes, 18 de enero de 2008

"SHORTBUS" Y EL TEMOR VACÍO

Si el último filme de Neil Jordan nos presenta un New York que sucumbe en el miedo y las paranoia, esta película de John Cameron Mitchell trata sobre seres aún más perdidos que enfrentan y llenan su vacío y su miedo mirando, palpando, tocando, besando y agarrando-se de algo o alguien que los haga sentir sus latidos. Porque lo menos que se puede decir de este intento de relato en torno al sexo es que es provocativo y no diré audaz porque esa es una palabra mayor.
Shortbus
provoca desde las primeras tomas, cuando nos presenta a diversos personajes de la metrópolis neoyorkina rindiéndose al libre albedrío de sus ansías: una pareja practicando posturas avanzadas del Kamasutra, un personaje contorsionándose con la intención de practicar la autofelación, un voyeurista que graba y fotografía todo, una pareja que practica sexo sadomasoquista, etc, para hacer que todo culmine en una catarata de orgasmos casi como si fuera la bienvenida de año nuevo.
El problema viene cuando en verdad nos vamos dando cuenta de que gran parte de ello era mentira (orgasmo fingido, deseo frustrado, soledad total). Los personajes de Shortbus toman al sexo como si fuera el Sol y giran en torno a él como un variopinto uniforme de planetas en el cual si se está muy lejos se enfría y si se está cerca termina devorado en la maquinaria del consumo. Así de simple.
Quizá lo más logrado de esta historia sean las apariciones de Justin Bond, el propietario del club que da nombre al título del filme y donde cualquier inclinación o apetencia sexual tiene en él cabida. mientras hace referencia a una habitación que recoge la fruición lúbrica colectiva dice “esto es como en los ’60 pero con menos esperanza”, una sentencia nada venial y que responde a la intención de esta película por evocar un pasado que quiere sentir cercano pero que no tiene nada de presente pues no se puede comparar el descontento masivo frente a la guerra del Vietnam con la actitud pusilánime que han mantenido con Bush y todas sus brutalidades frente a Irak, Afganistán, Siria, Irán, etc. En este sentido le queda corta la historia a Cameron Mitchel. Como un segundo punto que resulta interesante de tratar en esta somera y rápida perspectiva, es el tema del sexo en pantalla y su evolución en los últimos años, tema que considero más atrayente pues es harto largo el camino desde El Imperio del Deseo (Oshima), El último tango en París (Bertolucci) o Emmanuelle (Jaeckin), hasta los filmes recientes como Fóllame, Intimidad, Mentiras o Irreversible. Si bien en todos podemos constatar la presencia de nuestro amigo Donatien Alphonse De Sade conocido como el Marqués, muchos olvidan que esto no se trata solo de temor, sino que también de temblor y de potenciar historias donde los personajes sean algo más que pura epidermis.

lunes, 14 de enero de 2008

JODIE FOSTER, LA EXTRAÑA QUE HAY EN TÍ


Jodie Foster en la Senda de la violencia arbitraria
Si hay algo que demuestra la última película de Neil Jordan es que New York es una ciudad que respira sangre y fuego, y que tras el 11-S no ha podido sanar de una enfermedad que la sumerge en el miedo y la decadencia. Erica Bain (Jodie Foster) es una locutora radial que camina por la ciudad captando sus sonidos y sus formas para transmitirlos en su programa y ayudar a recuperar la memoria de la ciudad para darle otro rostro. Su apacible, idealista y seguro mundo se le viene brutalmente al suelo cuando una noche de caminata con su novio, es asaltada por una pandilla que asesina ante sus ojos a su pareja dejándola a ella maltrecha por varias semanas.
Esta es la presentación de la historia y lo que sigue es el cruel descenso al infierno de un personaje que intentará ajustar cuentas por su propia mano al ver que la policía y la justicia no hacen nada. El título (La extraña que hay en tí) hace referencia al "otro-de-sí", al alter ego vengativo, frío y violento que reside dentro de ella y que emerge cuando no hay otra salida y cuado sólo el miedo llena los espacios.
Curiosamente, hace más de 30 años, Martín Scorsese filmó Taxi Driver (1976), una de sus obras maestras, con Jodie Foster y Robert De Niro en el rol del taxista Travis Bickle que se lanza en una cruzada propia para limpiar la ciudad de tanta escoria humana. Notable en su tratamiento y en su lenguaje visual, Taxi Driver ganó la Palma de Oro en el Festival de Cannes de aquel año pese a los regañadientes de Tennesse Williams, presidente del jurado, "por la violencia que se mostraba en pantalla"... algo paradógico para un dramaturgo cuyas obras respiran una fuerte violencia interior como los personajes de Un tranvía llamado deseo, La gata sobre el tejado caliente o El Zoo de Cristal.
Neil Jordan (El juego de las lágrimas, Entrevista con el Vampiro) dirige esta película que está al borde de la polémica con los preceptos de la moral kantiana en su recomendación de "no hagas a otro lo que no quieres que te hagan a tí" y con lo que se pretende salvar la integridad del planeta. El filme, que también recuerda la serie del vengador anónimo que protagonizó Charles Bronson, no escapa a estas concepciones de convertirlo en foco de las ligas antifascitas que podrán señalar la existencia de un orden natural en el mundo y que la justicia es para los jueces y no para quien quiera aplicarla en las calles por mucho salvajismo que haya. Por cierto, también estarán aquellos que adoptarán la tesis de hacer justicia por cuanta propia dado que la real no llega nunca.
Eso ocurre cuando el guión es débil (¿relacionado, quizá con la huelga de guionistas de Hollywood?) y que pese a los esfuerzos de Jordan por dar sentido a la tragedia personal de su personaje le falta la grandeza que si tenía el de Robert De Niro: su cruzada abrazaba el objetivo de limpiar las calles para liberarse él y también para liberar al personaje de Jodie Foster de la prostitución y la droga.
Si bien Jodie Foster está notable en su rol (puede ser candidata al Oscar) y que este thriller avanza a buen ritmo en el susopenso y la emoción, aún pena la grandeza de Taxi Driver.

viernes, 4 de enero de 2008

LA GENIAL DIVERSIÓN DE "CHILE PUEDE"


Una comedia sanamente divertida nos trae el director de "La Frontera"

Uno de los aportes principales que se agradecen en esta graciosa y brillante comedia es la diversidad en las generaciones y escuelas actorales que pueblan la pantalla. Desde la grandiosa Bélgica Castro hasta la juvenil Javiera Contador, pasando por Boris Quercia, Sergio Hernandez, Willy Semler, César Arredondo, Alvaro Rudolphy, Luis Greco, Eugenio Morales, Tonka Tomicic. Todos aportan lo suyo en esta comedia ingeniosa, exuberante, en la que quizá sólo falta el homenaje a Rodolfo Bravo, el primero que se embaló con la idea de esta película y cuyo accidente automovilístico retrasó el proyecto casi diez años.
Chile Puede muestra varias historias que son una mirada transversal a esa cosa llamada chilenidad y que con la globalización se está dando a conocer en el mundo con mayor o menor agrado: el quijotismo, la agudeza, la iniciativa, el emprendimiento, que aunque sea a medio pelo, es emprendimiento al fin. Ejemplos de estas historias son la del profesor de castellano que acepta un concurso para subir al cielo y aspirar a ganar un mejor sueldo, la del periodista encalillado que se cruza con una nota que le puede dar gran rentabilidad; la del empresario ambicioso que quiere hacer temblar al mundo y demostrar a la superpotencia que no está sola en la carrera espacial porque, como reza su eslogan “El cielo es para todos”, que recuerda casi casi al de “la tierra es para quien la trabaja”, aquí el Espacio es para quien se atreva a explorarlo, lo que pone los pelos de punta a los “Guardianes de la Seguridad Mundial”. Por otro lado está un ex ingeniero de la Soyus que pasa sus últimos dìas en Atacama vendiendo artículos eléctricos; una vendedora de lencería que vive la pérdida de un romance… A estas historias grandes y protagónicas se incorpora el segundo círculo de las historias mediáticas: el Ministro del Interior, el General de la FACH, el Embajador de la potencia, el Jefe del Pentágono, los marines, el encargado de un hotel, el editor del diario, un camarógrafo, etc..
Todos estos elementos los alterna el director Ricardo Larraín en dosis perfectas, condimentando sabiamente los recursos dramáticos y humorísticos que aportan a esta película el tono de comedia desbordante con un ritmo enriquecido por el manejo de las situaciones colaterales que el lanzamiento de una nave espacial genera en todos sus ámbitos: desde la crisis intrerna del empresario que es abandonado por su equipo; la hipertrofiada mentalidad del Pentágono que ve en esto una maniobra de Al Qaeda, corroborada in situ por las marines en secuecias de gran comicidad que recuerdan los gags de Laurel y Hardy o los tres chiflados, o el propio Woody Allen.
La impecable factura técnica de este filme recuerda Kiltro, otro gran estreno del cine chileno que muestra una nueva cara, desafiante, cuyo guión es explicitamente anti Imperio y demuestra que no por nada fuimos los únicos del continente en decir un gran NO a la invasión yanqui a Irak, hoy por todos aborrecida.
Chile Puede es una comedia que levanta el ánimo, que sacude la modorra y Larraín, de quien se recuerda La Frontera con Gloria Lazo y Patricio Contreras, da un paso adelante con esta comedia plena y sanamente divertida que junto a mostrar el temperamento chileno invita a ser disfrutada de principio a fin.

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