viernes, 30 de noviembre de 2007

Nanni Moretti: El Caimán

Cine político y desafiante

Nanni Moretti tiene 54 años y lleva 30 dedicados al cine en lo que constituye una de las obras más singulares del cine moderno. Considerado por algunos como el Woody Allen italiano (escribe, dirige y protagoniza sus filmes), Moretti es un heredero de la gran tradición de la comedia de Monicelli, Scola y Dino Risi, al cual le incorpora los elementos del cine político de Francesco Rosi.
En su último filme, El Caimán, aborda una voraz crítica al ex premier italiano Silvio Berlusconi, magnate de la televisión y los medios de prensa escrita, a cuya derrota en la elecciones del 2006 sin duda contribuyó en buena parte este filme.
Il Caimano, presenta la historia de un productor de cine de la Serie B que está en crisis tanto profesional como familiar y social, enfrentando deudas, proyectos de poca monta y el abandono tanto de sus colaboradores como de su propia esposa. A este productor de pronto le llega un guión con la historia de un personaje que no es ni más ni menos que el propio Berlusconi, lider de la derecha italiana. Mientras se hace trizas su matrimonio (inolvidable el momento cuando en la banda sonora se escucha el tema de Damien Rice The blower's Daugther, del filme Closer, de Mike Nichols) , el productor se esfuerza por llevar adelante el proyecto pese a la negativas de los grandes estudios, entre ellos la RAI, y al desmantelamiento de su equipo. Varios actores interpretan al político, y el propio Berlusconi aparece en tomas de archivo recuperadas de la TV Italiana.
El incentivo para realizar el filme lo explica Moretti: "La aventura política de Berlusconi es gravísima. Sólo en Italia alguien que es dueño de la mitad de los canales de televisión, de los diarios y las radios, y que tiene intereses económicos en todos los sectores industriales, puede hacer política y llegar a ser Primer Ministro. Eso es algo inaceptable para cualquier democracia avanzada".
En el filme, Moretti da cuenta de la vanalización cultural y social de la Italia que abrazó el modelo económico neoliberal para fracturarla en dos y crear una total polarización. Así como en Palombella Rosa (1988), Moretti acertaba brillantemente a la crisis de la izquierda producto del entrampamiento soviético (un año antes de la caída del Muro de Berlín), esta vez abre luces sobre la exclusión social de un mundo envuelto en la parafernalia, el consumismo y el vacío neoliberal.
Junto con ser un filme de corte y denuncia política, Il Caimano es también una película sobre la familia y sobre el cine dentro del cine que por momentos recuerda La noche americana, de Francois Truffaut, una de las obras más logradas en su narrado del proceso interno de la producción cinematográfica. Junto a Moretti, en este filme actúa también Michel Placido (conocido por sus comedias eróticas de los años 70) y Giuliano Montaldo, el director de aquellos inolvidables clásicos del cine de denuncia política como son Sacco y Vanzetti (1971), y Giordano Bruno (1974). Todo un homenaje al cine.

martes, 27 de noviembre de 2007

El manuscrito encontrado en Zaragoza



La Odisea de Jan Potocki y Wojciech Has

Compañero de generación de Andrzej Wajda (Danton, Cenizas y Diamantes, El hombre de Mármol), la obra de Wojciech Has (1925-2000) se centró en el cine de divulgación científica y los documentales. No obstante, en 1965, Has emprendió la tarea de llevar a la pantalla la sorprendente novela gótica de Jan Potocki El manuscrito encontrado en Zaragoza escrito entre 1797 y 1805, de la cual circularon durante más de cien años sólo pruebas parciales de imprenta y que recién en 1958 vio la luz en forma más o menos íntegra.

Esta delirante obra del conde Jan Potocki (1761-1815), especie de Decameron polaco, transcurre en los tiempos napoleónicos y narra las extraordinarias peripecias del noble caballero Alphonse Van Worden en su camino a Madrid, cruzando la quijotesca Sierra Morena y teniendo innumerables encuentros con toda clase de excentricos personajes: desde hermosas princesas a curiosos ermitaños en historias dentro de otras historias, a modo de cajas chinas, que llevan el relato siempre en espiral.

El filme es protagonizado por el actor Zbigniew Cybulski -que ya se había dado profusamente a conocer con Cenizas y diamantes de Wajda (1958)- y toma la primera parte del texto de Potocki estructurando un relato que transmite el rigor mágico y surrealista de Cervantes, Picasso y Dalí. Este filme ha inspirado a grandes creadores como Terry Gilliam, de la cual Las aventuras del Barón Munchausen es una de sus muestras.

Por eso no es extraño que esta haya sido una de las obras favoritas de Luis Buñuel, quien en su autobiografía titulada Mi último suspiro (1977) escribió "Me encanta El Manuscrito encontrado en Zaragoza, ambas, la novela de Potocki y la película de Has. He visto la película tres veces lo que, en mi caso, es absolutamente excepcional". La influencia que este filme tuvo en la obra de Buñuel se detecta principalmente en El discreto encanto de la burguesía (1972) y El Fantasma de la Libertad (1974), obras maestras del cineasta andaluz.

Y Buñuel no ha sido el único fanático de este filme. Martin Scorsese recolectó todas las copias existentes del filme para restaurar la obra junto a Francis Ford Coppola, tarea que también hicieron años atrás con el Napoleón de Abel Gance. El filme restaurado fue estrenado el pasado mes de mayo en Europa. Y si bien su llegada a los cines chilenos está en duda, ya se encuentra disponible en dvd.

Marco Antonio Moreno

Woody Allen escribe sobre Bergman


A raíz del fallecimiento del gran cineasta sueco, numerosas publicaciones de todo el mundo solicitaron a Woody Allen unas palabras de despedida para el maestro y amigo a quien Allen citó en muchas de sus obras.
Este es el texto que el creador de Annie Hall y Manhattan escribió sobre una de las indiscutidas máximas figuras del cine mundial. Es un texto emotivo e intimo que refleja el afecto y la admiración de Allen por el cineasta sueco, al tiempo que da cuenta de la pasión y majestuosidad que Bergman imprimió al Séptimo Arte


Un hombre de preguntas difíciles

Woody Allen 22/08/2007


Me enteré de que había muerto Bergman en Oviedo, una pequeña y encantadora ciudad del norte de España en la que estoy rodando una película. Cuando estaba en pleno rodaje, me dieron el recado telefónico de un amigo mutuo. Bergman me dijo una vez que no quería morir en un día soleado; como no estaba allí, no sé si logró tener ese tiempo gris que tanto gusta a todos los directores; así lo espero.
Lo he dicho en alguna ocasión, hablando con gente que tiene una visión romántica del artista y considera sagrada la creación: al final, el arte no salva a la persona. Por muy sublimes que sean las obras que uno ha creado (y Bergman nos proporcionó un menú de asombrosas obras maestras del cine), no le protegen de la fatídica llamada a la puerta que interrumpía al caballero y sus amigos al final de El séptimo sello. Y así es como, en un veraniego día de julio, Bergman, el gran poeta cinematográfico de la mortalidad, no pudo prolongar su inevitable jaque mate; y con él falleció el mayor cineasta de todos los que yo he conocido.

Alguna vez he dicho, en broma, que el arte es el catolicismo del intelectual, es decir, una voluntad de creer en el más allá. Yo creo que, más que vivir en el corazón y la mente del público, preferiría seguir viviendo en mi apartamento. Y es evidente que las películas de Bergman seguirán vivas, en museos, televisiones y DVD, pero, conociéndole, ésa es poca compensación, y estoy seguro de que le habría encantado cambiar cada uno de sus filmes por un año más de vida. De esa forma habría podido disfrutar, aproximadamente, de 60 años más para seguir haciendo películas; una producción extraordinaria. No tengo la menor duda de que a eso habría dedicado el tiempo extra, a hacer lo que más le gustaba de todo: crear películas.
Bergman disfrutaba con el proceso. Le importaba poco lo que pensaran de sus películas. Le gustaba que le apreciasen, pero, como me dijo una vez, "Si una película que he hecho no gusta, me preocupa... durante unos 30 segundos". No le interesaban los resultados de taquilla; productores y distribuidores le llamaban para contarle cómo había ido en el primer fin de semana, pero las cifras le entraban por un oído y le salían por otro. Decía: "A mitad de semana, sus absurdos pronósticos optimistas se quedan en nada". Gozaba del aplauso de la crítica, pero nunca lo necesitó, y, aunque quería que a los espectadores les gustaran sus obras, no siempre las hacía comprensibles.

No obstante, las que más costaba comprender merecían la pena. Por ejemplo, cuando uno entiende que las dos mujeres en El silencio no son, en realidad, más que dos aspectos enfrentados de una misma, el filme, que hasta entonces es un enigma, se abre de manera fascinante. También resulta útil refrescar los conocimientos de filosofía danesa antes de ver El séptimo sello o El rostro, pero sus dotes de narrador eran tan asombrosas que podía cautivar, fascinar al público con un material difícil. He oído decir a gente que salía de alguna de sus películas: "No entiendo exactamente lo que he visto, pero me ha tenido en ascuas hasta el último plano".
Bergman tenía raíces teatrales y era un gran director de escena, pero su obra cinematográfica no estaba embebida sólo de teatro; se inspiraba en la pintura, la música, la literatura y la filosofía. Su obra examina las más hondas preocupaciones de la humanidad y produce, muchas veces, profundos poemas en celuloide. La mortalidad, el amor, el arte, el silencio de Dios, la dificultad de las relaciones humanas, la agonía de la duda religiosa, el fracaso de un matrimonio, la incapacidad de comunicarse de las personas.
Y, sin embargo, era un hombre cálido, divertido, bromista, inseguro de su inmenso talento, enamorado de las mujeres. Conocerle no era entrar de pronto en el templo creativo de un genio temible, intimidante, sombrío y melancólico, que entonase con acento sueco complejos análisis sobre el terrible destino del hombre en un universo deprimente. Era más bien así: "Woody, tengo un sueño estúpido en el que aparezco en el plató para rodar una película y no tengo ni idea de dónde poner la cámara; lo que pasa es que sé que se me da bastante bien y llevo muchos años haciéndolo. ¿Alguna vez tienes tú este tipo de sueños angustiosos?". O: "¿Crees que puede ser interesante hacer una película en la que la cámara nunca se mueva ni un centímetro y los actores entren y salgan del encuadre? ¿O la gente se reiría de mí?".

¿Qué contesta uno por teléfono a un genio? A mí no me pareció una buena idea, pero, en sus manos, supongo que habría acabado siendo una cosa especial. Al fin y al cabo, el vocabulario que inventó para investigar las profundidades psicológicas de los actores también debía de parecer absurdo para quienes aprendían a hacer cine de manera ortodoxa. En la escuela de cine (estudié cine en la Universidad de Nueva York en los años cincuenta, pero me echaron enseguida), daban siempre la máxima importancia al movimiento. El cine son imágenes en movimiento, decían, y la cámara tiene que moverse. Y los profesores tenían razón. Pero Bergman colocaba la cámara sobre el rostro de Liv Ullmann o el de Bibi Andersson, la dejaba allí sin moverla, y pasaba el tiempo, y ocurría algo maravilloso y exclusivamente propio de su talento. El espectador se veía atrapado por el personaje y, en vez de aburrirse, salía entusiasmado.

A pesar de sus manías y sus obsesiones filosóficas y religiosas, Bergman era un hilador de historias nato, que no podía evitar ser entretenido incluso cuando, en su cabeza, estaba dramatizando las ideas de Nietzsche o Kierkegaard. Yo tenía largas conversaciones telefónicas con él. Me llamaba desde la isla en la que vivía. Nunca acepté sus invitaciones porque me preocupaba el viaje en avión, no me apetecía volar en avioneta hasta un puntito cerca de Rusia en el que la comida iba a consistir probablemente en yogur. Siempre hablábamos de cine y, por supuesto, yo dejaba que hablase sobre todo él, porque me parecía un privilegio oír sus ideas. Veía cine a diario y nunca se cansaba de ver películas. De todo tipo, mudas y sonoras. Antes de dormirse veía alguna película que no le hiciera pensar para relajarse; a veces, una de James Bond.

Como todos los grandes estilistas del cine, como Fellini, Antonioni y Buñuel, por ejemplo, Bergman tuvo sus detractores. Pero, aparte de algún desliz ocasional, las obras de todos estos artistas han encontrado ecos profundos en millones de personas de todo el mundo. Y la gente que más sabe de cine, los que lo hacen -directores, guionistas, actores, directores de fotografía, montadores- son quizá los que más veneran la obra de Bergman.
Como le he elogiado con tanto entusiasmo durante tantos años, tras su muerte muchos periódicos y revistas me han llamado para pedirme un comentario o una entrevista. Como si yo tuviera algo de valor que añadir a la triste noticia, aparte de volver a ensalzar su genialidad. ¿Qué influencia tuvo en mí?, me preguntan. No puede haberme influido, respondo, él era un genio y yo no lo soy, y el genio no puede aprenderse ni su magia puede transmitirse.

Woody Allen

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